Hoy es martes, tres de marzo de dos mil quince. Hoy es un día solemne: el presidente de México, Enrique Peña Nieto y su comitiva, fueron recibidos por la Reina Isabel II, en el Palacio de Buckingham…” shhhrrr… “El secretario de hacienda, Luis Videgaray, advirtió sobre la posibilidad de aplicar una nueva disminución al gasto publico si la situación en la producción de petróleo no mejora en el primer trimestre del año…” shhhrrr… “El día de ayer culminó la Feria Internacional del Libro de Minería. Los datos oficiales arrojaron un decremento del 5% en la asistencia (145 mil personas) con respecto al año anterior (156 mil personas). El 30% de las editoriales participantes de esta edición han confirmado su presencia para el año entrante, en el que, el invitado de honor será el estado de Chihuahua…”
Hay una delgada franja de suelo que comunica a las calles Tacuba y 5 de Mayo en la Ciudad de México. Se llama andador Condesa y está definido por las paredes del Palacio de Minería y el Palacio Postal. A la mitad de dicho andador, estaba Horacio, un muchacho del cual se podía leer la historia indígena de México en su rostro. A veces le daba por mezclar palabras mágicas, saltarinas, con el español, al momento de hablar con Javier; éste se le mostraba de frente, mientras su mano izquierda estacionaba la antena de la radio. Ambos permanecían de cuclillas sobre el suelo opaco, sucio, forjando sueños de alambre, hilo, piedra y piel.
-Las editoriales en la feria del libro no son misioneras de la caridad. A veces tienes que pagar la aduana en algunos ejemplares; en los menos, te podrás ahorrar cinco pesos —decía Horacio. Yo estuve ahí, busqué a Celine, y no lo encontré. Los libros exitosos acapararon cada espacio en los estantes. Me dijeron con gran desinterés que la obra de Celine está agotada, que ya no se imprime, y con una sonrisita estúpida en la cara me sugirieron viajar a España, que tal vez ahí pudiera conseguirlo.
-Las obras ya no se imprimen por sus contenidos. Hace algún tiempo que el mercantilismo y la producción en masa se apoderaron del mundo literario. Los libros pasaron a ser un nuevo adorno, un nuevo objeto de moda, como quien utiliza un arete en la oreja o una pulsera en la muñeca porque se ven bien. Lo mismo sucede con las grandes manifestaciones culturales: se entra al auditorio para alzarse el cuello; se va al museo porque sé es el turista de la esquina y hay que sacar la Canon; se hace presencia en conferencias de alguien que haya ganado un poco de prestigio porque se necesita hacer curriculum para la vida —agregó Javier.
-Algunas ponencias y debates hacen que el pagar 15 ó 20 pesos deje de tener un significado de estafa. Encontré esto entre las conferencias y los tumultos de gente. Es un poeta…
El programa general de la Feria del Libro, le había recomendado ir a la capilla del lugar. Desde que entró al salón, estuvo paseando sus ojos sobre las pálidas paredes y el blanco techo. Las figuras de ángeles que adornaban la pequeña capilla, debieron nacer en el siglo XVIII. Retiró la curiosidad de su mirada y le quedó la sensación de quien ha olvidado algo al momento de salir de casa. Dio inicio la conferencia llamada Tres poetas jóvenes reviviendo a tres poetas modernos mexicanos; algo así debió ser el título.
Los jóvenes —que ya vivían entre los 30 y 40 años—, declamaban, debatían, pero sobre todo adoraban la poesía de su autor favorito; poco importaban los otros dos poetas en la mesa de los halagos excesivos. Ahí estaba Horacio, escuchando con atención las voces encargadas de recitar la poesía de Manuel José Othón, Ramón López Velarde y Manuel Acuña. La ponencia se iba haciendo engorrosa; el debate, los argumentos de los jóvenes, eran alabanzas que se hacinaban en un solo nombre. Tuvo que llegar la resignación, ocupando todo el espacio disponible en la cara de uno de ellos, impulsándolo a decir: “bueno… entonces tendré que leer alguno de Manuel Acuña.”
-“¡Y bien!, aquí estás ya… sobre la plancha/ donde el gran horizonte de la ciencia/ la extensión de sus límites ensancha/ Aquí donde la rígida experiencia/ viene a dictar las leyes superiores/ a que está sometida la existencia (…)” Ante un cadáver…—recitó Javier. Este compa hizo un trabajo alquímico: unió cuerpo y alma, ciencia y literatura.
-Manuel Acuña era acusado de ser un mal poeta porque “sus versos son en demasía forzados;” un extraviado en la historia de la poesía mexicana porque “era lo único que existía previo a la época moderna,” y alguien con un chingo de talento se encargó de ubicarlo en esa etapa a manera de favor.
Guardaron silencio por algunos instantes, Javier bebía agua, apoyado contra la historia de aquel muro de cantera, aún estaba de cuclillas y de frente a Horacio.
-Ahora lo recuerdo: cuando terminé de perseguir a los ángeles de la capilla, entre cada uno de ellos, haciéndoles compañía, pude distinguir unos ojos enroscados como una serpiente, como el símbolo del habla: era Tláloc. Cualquier historiador o cualquier restauradora, puede reclamarme mi falta de veracidad, pero lo vi.
-En la iglesia de Coyoacán está Tláloc. La gente entra y sale; sin embargo pocos notan que aquellos adornos de madera con acabados dorados a manera de volutas y ojos serpentarios, hacen referencia a nuestro único origen. México es un país con muchos padres o madres, pero sólo tiene una raíz. Esa raíz estuvo antes que descubriéramos que éramos indios; antes que nuestros antepasados descubrieran “que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo, y que ese dios había inventado la culpa y lo vestido, y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja.”
Estrecharon las manos, se abrazaron y se dijeron adiós. Se volverían a ver algunos días después.
“Hoy es un lunes cargado de noticias; y tenemos que informarle que no se logró… que el PIB previsto por el presidente de la república y el secretario de hacienda sólo existe en los discursos oficiales; que no habrá crecimiento económico elevado para el país, ni mayor bienestar para los mexicanos. Tenemos que decirle que Washington le vende a México 1,300 millones de dólares en armas. Debemos contarle que aparte de Hinojosa Cantú, Aniano Sosa Velasco es favorecido con contratos de obra pública, y de lo anterior se desprende el nacer de nuevas propiedades valuadas en millones de pesos en la zona de mayor plusvalía en el DF. La consolidación de conflictos de interés por parte del gabinete presidencial…”
Serían alrededor de las siete de la noche, el cielo aún conservaba manchas celestes en su cuerpo, la luna apenas asomaba la cabeza del conejo. En la intersección de la calle 5 de Mayo y el andador Condesa, está instalada la voceadora de cabellos grises. En ese punto, ella vende, lee y escucha las noticias. “El problema del país es que la gente no lee, no se informa, y para poder exigir explicaciones hay que saber primero lo que las origina”—les comentó en alguna ocasión a Horacio y a Javier.
En esos instantes ella estaba acomodando la antena de la radio, podía escuchar la voz ronca, fuerte de un saxofón. La voceadora se percató que era Javier el intérprete de aquel jazz que se propagaba por el Centro Histórico de la Ciudad. Lo veía acariciar el metal con gran pasión, no alcanzaba a apreciar por completo el cuerpo del saxofonista: el poste del faro se lo impedía. Horacio dispuesto, en otro punto cercano, veía la silueta flaca, alta, bohemia, deslizarse entre el cobijo del faro y la oscuridad de la tarde. Las personas arrojaban las monedas al estuche, Javier agachaba la cabeza a la altura del pecho y apoyaba la trompa del saxofón contra las rodillas, haciendo reverencias por los pesos ganados.
Terminó de tocar. Horacio, los de más acá y los de más allá, aplaudían. En toda la interpretación siguió sonando enjambre de moscas proveniente de la radio. La voz que daba las noticias se escuchaba entrecortada. La voceadora de cabellos grises seguía acomodando la antena de la radio. A Horacio, a Javier, a los de más acá y más allá, les pareció extrañó.
“Eduardo Galeano, un hombre de pensamiento profundo y expresión sencilla, que escribìa de una manera sentipensante, se ha ido. Los que buscamos un…” shhhrrrr…
El enjambre de moscas se apoderó de la señal radiofónica. Entre el silencio que se extendía en la atmosfera, comenzaron los cuestionamientos:
¿Por qué hemos de ser siempre los que callan? —Preguntó Horacio.
¿Por qué hemos de ser nosotros los que siempre se comen sus tacos de orgullo? —siguió Javier.
¿Por qué hemos de olvidar a nuestros desaparecidos? —se escuchó a los de más acá.
¿Por qué hemos de asimilar un país que desborda desigualdad por sus fronteras? —gritaron los de más allá.
¿Por qué hemos de tolerar feminicidios, asesinados, secuestros, narcotráfico? —continuó la voceadora de cabellos grises.
¿Por qué hemos de sostener las malas decisiones de los menos?
¿Por qué hemos de querer algo que nos lastima?
¿Por qué hemos de pensar en inclusión antes de pensar que somos parte de lo mismo?
¿Por qué hemos de mirar, escuchar, leer lo que el nodo monolítico quiere?
¿Por qué dices que el cambio está en uno mismo cuando alguien más espera que no seas indiferente a su desgracia?
¿Por qué hemos de tatuarnos la huella del desprecio en la piel?
¿Por qué hemos de sonreírle al mundo cuando por dentro estamos llorando?
¿Por qué hemos de ser cómplices de la opulencia cuando la pobreza nos arrebata el pan de la boca?
¿Por qué hemos de darle la tierra a quienes nunca la han arado?
¿Por qué hemos de darle el agua a quienes nunca la han bebido?
¿Por qué hemos de darle el petróleo a quienes desconocen el significado del 18 de marzo de 1938?
¡Por qué no entiendes que el problema de México se llama C O R R U P C I Ó N!
Una lagrima bajo del ojo izquierdo de Horacio.