Después de un silencio tan eterno como el primer sueño, se dejó escuchar por espacio de una hora un sonido ronco como de trompeta. Las ciudades amuralladas se cimbraron y en breves segundos cayeron desbaratadas. Llovió fuego, azufre y estaño incandescente durante tres días con sus noches. Entre las ruinas humeantes se arrastraban escolopendras, tarántulas y escorpiones. Se descubrieron cadáveres diseminados por todos lados, con las gargantas seccionadas y las extremidades mutiladas, cuerpos con la piel devorada por la enfermedad en medio de lagos de sangre y pus. El aire se inundó de gases venenosos y el cielo se ennegreció para siempre. Entonces durmió la bestia apocalíptica, y todo quedó en forma de un agujero tan profundo como una pesadilla.
Ciudad de México 19 de marzo de 1978