Es tan cínico todo en el caso de Arturo Escobar, ex dirigente del Partido Verde y efímero subsecretario desconocido por las propias organizaciones sociales que debió atender, que uno vuelve a la tiránica conclusión: el sistema político mexicano está podrido. Está en fase terminal o iniciará algo peor. Una entropía.
No es una anécdota más el caso de Arturo Escobar. Constituye el modus operandi de una cleptocracia que se enquistó con Peña Nieto en medio de la ilusa idea de que el retorno del PRI a la presidencia de la República nos libraría de las torpezas y retrocesos cometidos durante los dos sexenios panistas.
Escobar y el Partido Verde constituyen ejemplos de la omertá del peñismo. En todo sistema mafioso, existe un pacto de silencio que permite la complicidad y la impunidad entre quienes delinquen para mantener la continuidad del grupo y de los padrinos.
Es decir, la corrupción Verde forma parte del pacto que le permitió al Grupo Atlacomulco llegar al poder presidencial en 2012 y mantener en 2015 esa frágil y maquillada mayoría legislativa, a pesar de la crisis de legitimidad, de las trapacerías y flagrantes violaciones de este partido que debieron costarle el registro.
El Partido Verde Ecologista Mexicano es una negación en todos sus términos, según han destacado varios analistas. No es un partido, es una franquicia al mejor postor.
No tiene métodos democráticos de selección interna, es una camarilla dirigida por una familia que pone y quita a personajes como Escobar. No es Verde ni Ecologista porque el medio ambiente y la sustentabilidad les importan un carajo. Es una burla entre los partidos internacionalistas verdes. Tampoco les importa mucho el país porque su agenda es en función de los grupos de interés que los financian, especialmente la telecracia.
A través del Partido Verde el peñismo y el priismo que lo acompaña experimentaron todas las jugadas sucias posibles. Se lavaron las manos de sus abiertas violaciones a la ley electoral en 2015 diciendo “es el Verde”, pero hicieron todo lo posible para que la autoridad les garantizara impunidad y financiamiento para cumplir con sus multas. El típico juego: ellos hacen el trabajo sucio que los priistas no hacían abiertamente, para mantenerse en poder. A cambio, ganaron dinero, impunidad, escaños, negocios.
En cada una de sus descaradas actividades, de su acceso a maletines llenos de dinero está la sospecha de la narcocorrupción. De hecho, carecen de imaginación propia. Repiten los esquemas que tanto se utilizan en el Estado de México y en el Grupo Atlacomulco. Son un reciclaje de la corrupción y de la dinastía que alimentan el peñismo.
En el gobierno, el Verde es un modelo de decadencia opositora que el peñismo quisiera en los otros partidos. Un maquillaje de adversarios que, en realidad, son cómplices. Una simulación total. Todos pueden formar parte de la mafia, de la omertá, siempre y cuando garanticen silencio, docilidad y complicidad.
El reciente episodio de Arturo Escobar es delirante. E indignante. Demuestra en toda su crudeza cómo trabaja la omertá. El fiscal de la FEPADE ahora es el sospechoso de cometer un delito por haber “filtrado” la orden de aprehensión en contra del impoluto dirigente, que contraataca diciéndose calumniado. Cínicamente, los priistas en el Senado señalan que el titular de la FEPADE fue asesor de la bancada del PRD en la Cámara alta y no informó de ese “detalle” de su currículum. Mentiroso!, le gritan desde el Bronx controlado por Emilio Gamboa Patrón.
¿Acaso Aurelio Nuño, el flamante titular de la SEP, no fue asesor de Enrique Jackson como líder del PRI en el Senado hace más de una década? ¿Esto lo convierte en un personaje sospechoso, indigno de confianza? ¿La CNTE puede denunciarlo porque sus decisiones son de partido y no de Estado? ¿Sólo se permiten “asesores” –eufemismo de cómplice- de la bancada del PRI, del Estado de México o de la telebancada para que nadie dude?
En estas condiciones, la lucha contra la corrupción en México es una vacilada. Por si fuera poco, un juez exhonera a Escobar el Día Internacional de la Lucha Contra la Corrupción. Grotesco de pies a cabeza. Y también muy grave. La omertá ya asfixió al sistema político.