En los diferentes estratos sociales y estamentos políticos de la Ciudad de México, se vislumbra una urgente nueva forma de relacionarnos, sin que los políticos profesionales que surgieron de las filas de la izquierda hace dieciocho años, cuando lograron llegar al poder a través del voto ciudadano, se den cuenta de que esa misma sociedad está en el punto de renunciar a su conducción, por decepción o apatía.
La soberbia de la nueva clase política, pronto se conformó –por cálculo político o estrategia de conveniencia–, con el modelo impuesto por el Gobierno Federal. El poder los volvió conservadores.
Los acuerdos se vinieron dando conforme la urgencia y el apremio de los nuevos gobernantes, en tanto fueron dejando en el camino los temas de una agenda social urgente que la sociedad demandaba y que les dio el respaldo de la población: transporte, seguridad, empleo, educación, entre otros, volviéndose exigencias recurrentes durante los periodos electorales, y retocadas, barnizadas de nuevo aliento para la propaganda en los sucesivos gobiernos.
Los noveles gobernantes recién estrenados aprendieron y desarrollaron programas, iniciativas y novedosas intervenciones sociales, consolidaron las demandas más sentidas de una población cada vez más exigente, pero también fueron desgastando en el discurso el capital político acumulado en los últimos cuatro lustros. La curva de aprendizaje terminó y se han dedicado a administrar el poder y sus beneficios.
Nuestros flamantes nuevos gobernantes, votados desde la izquierda, retomaron una herencia que ya es un lastre: la atomización del movimiento.
Nuestros humildes compañeros de viaje emprendieron el largo camino de la transmutación; de la mezclilla y saco sport al casimir o lino, y de un semblante amable, a un gesto adusto y soberbio… los perdimos en el camino.
Al parecer ahora despachan preocupados, pues muy pronto tendrán que dejar el confort de sus oficinas, ya que los tiempos políticos volvieron a convulsionarse, para ellos de manera innecesaria, porque otra fuerza política irrumpió en el escenario y viene directamente a la confrontación de su comodidad.
Hábiles, simulan un diálogo, dibujan un acuerdo, pero no se comprometen. Prometen, pero no cumplen .
La curva de aprendizaje también tuvo una salida, y fue la vieja escuela de la política mexicana: la simulación.
La atomización de las fuerzas progresistas volvió a surtir efecto y su fragmentación es inocultable. Unos desde el poder y otros desde el ascenso, no dan tregua al contrario. Ayer amigos, camaradas, hoy enemigos.
Unos soberbios que detentan el poder, los instrumentos de gobierno, los fierros. Los otros que van por todo, y los terceros en discordia, esperan pacientes a que los primeros se destrocen en una lucha encarnizada.
Cada quien con su visión no ceden un ápice. El espectáculo es deprimente.
La contienda continúa: cuestionado al respecto un funcionario del Gobierno explicó que: Ellos no respetan a las personas. Dicen, “Al diablo las instituciones”, y yo les digo, “al diablo con las instituciones, pero no al diablo a las personas”… tengan cuidado de eso; pero ellos no escuchan, más bien se aproximan a la figura de “víctimas propiciatorias”.
Todo lo que aquello signifique no deja de ser desalentador para la ciudadanía, quien espera más de ellos.
En los próximos años veremos un ajuste de cuentas entre esos grupos. Unos se dicen los buenos, otros los malos y otros más los cínicos. En esa triada está el futuro de esta ciudad y sus contados avances. Sus habitantes no se merecen esos políticos, mucho tiempo han esperado para que un cambio social se dé, en tanto se construye el camino a nivel federal. La ciudad es un espacio ganado, no es justo echar a perder todo un esfuerzo colectivo de años.
Ellos fueron votados. La sociedad los encumbró, la sociedad les pedirá rendir cuentas. Los habitantes de esta ciudad van por más, demandan a sus gobernantes que cumplan, es apenas una mínima parte de su derecho a exigir, a criticar, a ser escuchados. Es el ejercicio de ser ciudadano.
Si no pueden, bueno, sin groserías, por favor quédense con el casimir. Devuelvan el Gobierno.